La Primera República española fue el régimen político vigente en España desde su proclamación por las Cortes, el 11 de febrero de 1873, hasta el 29 de diciembre de 1874, cuando el pronunciamiento del general Martínez Campos dio lugar a la restauración de la monarquía borbónica.
Marcado por tres conflictos armados simultáneos (la guerra de los Diez Años cubana, la tercera guerra carlista y la sublevación cantonal) y por divisiones internas,[1] el primer intento republicano en la historia de España fue una experiencia corta, caracterizada por la inestabilidad política: en sus primeros once meses se sucedieron cuatro presidentes del Poder Ejecutivo, todos ellos del Partido Republicano Federal, hasta que el golpe de Estado del general Pavía del 3 de enero de 1874 puso fin a la república federal, proclamada en junio de 1873, y dio paso a la instauración de una república unitaria bajo la dictadura del general Serrano, líder del conservador Partido Constitucional; a su vez interrumpida por el pronunciamiento de Martínez Campos en diciembre de 1874.
La Primera República se enmarcaría dentro del Sexenio Democrático, comenzando con la Revolución de 1868, la cual dio paso al reinado de Amadeo I de Saboya; a este, le siguió la república, y terminó con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto.
Según Manuel Suárez Cortina, la Primera República «fue un ensayo, frustrado, de recomponer sobre nuevos supuestos políticos, morales y territoriales el Estado y la nación españoles surgidos de la revolución liberal en las décadas treinta y cuarenta». En ese sentido «el proyecto republicano expresaba las aspiraciones de unas clases populares que rechazaban de plano ese diseño social e institucional».[2] «República significaba democracia, laicismo, descentralización, cultura cívica frente a la militar, aspiraciones sociales de las clases populares frente al dominio de las clases medias y altas, religación entre ética y política frente al pragmatismo e imposición del orden por el modelo moderado», añade Suárez Cortina.[3]
Suárez Cortina también ha destacado que la República tuvo que enfrentarse a «tres dificultades difícilmente salvables para un régimen en construcción. Dos conflictos heredados, la guerra en Cuba, y el levantamiento carlista,… y uno surgido en las entrañas de la República, la revolución cantonal... El efecto combinado de estos tres referentes ―guerras colonial, carlista y cantonal― fue la debilidad de un régimen que no logró estabilizarse y que ni siquiera se constitucionalizó… acentuada, además, por el aislamiento internacional ―solo EE. UU. y Suiza reconocieron la República―… [y] la creciente oposición de un sector del ejército, cada vez más alejado de los dirigentes republicanos, que a menudo conspiraba con los radicales y que de forma creciente adquiría más protagonismo ante la persistencia de los conflictos militares…».[4](Suiza y Estados Unidos reconocerán a la república de manera temprana, después se unirán otros países).
Por otro lado, este historiador ha señalado que «la república llegó más por el agotamiento de la monarquía [de Amadeo I] que por la propia fuerza política de los republicanos».[5] Lo que no significa que el republicanismo federal careciera de implantación en el país. Ester García Moscardó ha afirmado que «el mito de la república sin republicanos es insostenible» ya que la movilización política de los republicanos federales «fue extraordinaria y demostraron su eficacia a la hora de difundir un discurso antimonárquico y soberanista... En medio de una dinámica política muy acelerada, el mito de La Federal crecía al ritmo que aumentaban las expectativas populares respecto de la democracia republicana».[6]