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Museo de Navarra

Museo de Navarra
Pamplona Museo de Navarra 1
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El Museo de Navarra es una institución del Gobierno de Navarra que fue fundada en 1956. Se encuentra ubicado en la calle Cuesta de Santo Domingo s/n del Casco Antiguo de Pamplona (Comunidad Foral de Navarra). Su fachada y capilla datan del siglo XVI.

Extracto del artículo de Wikipedia Museo de Navarra (Licencia: CC BY-SA 3.0, Autores, Material gráfico).

Museo de Navarra
Calle de Santo Domingo, Pamplona Casco Antiguo

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Museo de Navarra

Calle de Santo Domingo
31001 Pamplona, Casco Antiguo
Navarra, España
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Pamplona Museo de Navarra 1
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Palacio de Ezpeleta
Palacio de Ezpeleta

El Palacio de Ezpeleta o de los Marqueses de Aguayo es un edificio del siglo XVIII situado en la calle Mayor del Casco Antiguo de la ciudad de Pamplona. En el año 2005 fue sede del Conservatorio Navarro de Música Pablo Sarasate. Actualmente es la sede de la escuela de educadores y de la escuela de idiomas a distancia. El palacio se comenzó a construir en 1698 por encargo de Agustín de Echeverz,[1]​ el primer Marqués de San Miguel de Aguayo, quien había regresado a Navarra en 1688 después de desempeñarse como gobernador y capitán general del Nuevo Reino de León en el virreinato de Nueva España.[1]​ Agustín falleció en 1699 y su esposa, de acuerdo a sus últimas voluntades, fundó un mayorazgo en 1704, a cuya cabeza situó la nueva construcción.[1]​ Su heredera, Ignacia Javiera de Echeverz y Valdés, segunda marquesa de San Miguel de Aguayo y su esposo José de Azlor Virto de Vera, contrataron 1709 al cantero Pedro de Arriarán y el escultor Domingo de Gaztelu para elaborar una nueva fachada para el palacio Pamplonés,[1]​ sin embargo los marqueses no lograron verla concuida, debido a que antes de su terminación viajaron a América, de donde ya no regresaron[1]​ Está dentro del espíritu de la Ilustración en el que Pamplona renovó sus edificaciones, demoliendo buena parte del caserío de los siglos anteriores. En esta etapa de gran actividad constructiva, irrumpió con fuerza un urbanismo con interés por las panorámicas, las vistas, las grandes plazas y parques, y la disposición escenográfica de los conjuntos monumentales. La fachada es plenamente barroca y se compone de un gran cuerpo de piedra con almohadillado rústico, piso noble de ladrillo con balcones y remate con óculos en el ático. Destaca la gran portada de Domingo Gaztelu, de piedra blanca de Olza, que en 1843 Víctor Hugo calificó como «una égloga[2]​ adornada con balas de cañón». Esto es debido a que lo componen motivos alusivos a la actividad militar —cañones, trofeos y guerreros— de sus primeros propietarios. La sirena también aparece con reiteración. A su descripción hay que añadir la escalera que parte del zaguán de porte noble y un gran patio posterior, que todo ello hace a este edificio uno de los ejemplares más notables de la arquitectura civil de la ciudad. En 1802, Pedro Ignacio Valdivieso y Echeverz, cuarto marqués de San Miguel de Aguayo, quien residía en México,[1]​ vendió el inmueble al conde de Ezpeleta, que le ha dado nombre hasta hoy, y que colocó sus armas sobre el dintel de la portada. Años más tarde pasó a ser propiedad del marqués del Amparo, y desde 1918 hasta 1999 fue colegio de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. En 2004 fue reformado por Manuel Enríquez Jiménez y Javier Barcos Berruezo, rescatando los elementos arquitectónicos de mayor interés. Desde 2005 y hasta 2014 fue sede del Conservatorio Profesional de Música. Ahora el Palacio de Ezpeleta alberga la EOIDNA y la escuela de educadores.

Conquista de Navarra
Conquista de Navarra

La conquista de Navarra fue el proceso de anexión del Reino de Navarra por parte del de Castilla que transcurrió entre los siglos XII y XVI. Sería en el siglo XII —después de que la nobleza navarra reinstaurase el reino en 1134— mediante una serie de tratados acordados entre el Reino de Castilla y la Corona de Aragón para repartirse Navarra entre ambos. Ya en el año 1200 una sucesión de conquistas castellanas arrebató a Navarra sus territorios occidentales de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado, y con ello su costa peninsular. La conquista del resto de la Navarra peninsular —ideada, promovida y ejecutada por el rey de Aragón Fernando el Católico— culminó en el siglo XVI anexionándola, también, al reino de Castilla. La Baja Navarra rechazó esa invasión, logrando mantenerse como reino independiente hasta el siglo XVII. Después de que el rey de Navarra[1]​ Enrique III ascendiera al trono francés con el nombre de Enrique IV y ambas coronas fuesen asumidas por una misma persona, en 1620, el rey francés Luis XIII –también rey de Navarra como Luis II– impuso, manu militari, la anexión de Navarra a la Corona francesa. A finales del siglo XVIII, inducida por la Revolución francesa, Francia despojó a la Baja Navarra de su cualidad de reino. En 1833, el Gobierno de España desposeyó tanto a la Navarra española, como al resto de reinos, principados y señoríos que componían la monarquía, de su condición de tales, pasando el país a dividirse en provincias. Sin embargo, Navarra se mantuvo como una sola provincia y hasta la Constitución española de 1876 mantuvo en buena medida sus fueros (mediante la Ley Paccionada Navarra). Posteriormente se conservó simplemente un Convenio Económico, hasta la Constitución española de 1978, que devolvió la autonomía al antiguo reino, si bien dejando abierta la posibilidad de que se uniese al País Vasco por decisión del Órgano Foral competente ratificada por un referéndum expresamente convocado al efecto. Al morir sin descendencia Alfonso el Batallador, rey de Pamplona y Aragón, en 1135, se produjo la restauración del reino de Pamplona por decisión de sus nobles. Tras esta restauración, las relaciones de los tres reinos vecinos fueron de constantes incursiones. En este siglo XI el Reino de Castilla y el de Aragón, de forma reiterada, pactaron repartirse el Reino de Pamplona, en los que como línea divisoria se marcaba el río Arga. En varias ocasiones estos tratados se firmaron tras incursiones pamplonesas. Con Sancho VI el Sabio hay constancia de que se denominaba ya de forma escrita como Reino de Navarra, y entonces se produjeron las pérdidas del Señorío de Vizcaya, la Bureba y la Rioja, en parte debidas a la fidelidad cambiante de sus nobles y también por las incursiones armadas del castellano. Al finalizar el siglo, con Sancho VII el Fuerte tuvo lugar la pérdida del Duranguesado, el resto de Álava y Guipúzcoa por invasión de su territorio, aunque en la historiografía hay discrepancia del grado de resistencia o colaboración. A partir de entonces hubo un periodo de consolidación territorial, con numerosas tensiones internas y, en concreto, el surgido con los reyes de origen francés de las dinastías Champaña y Capeta que no se querían someter a los usos y costumbres del reino, con graves enfrentamientos con los infanzones navarros que les obligaban a ello. En estos conflictos, los reinos colindantes mantuvieron su injerencia política y militar, frecuentemente con alianzas con la nobleza navarra. Los enfrentamientos culminaron con la guerra de la Navarrería en que la ciudad de la Navarrería fue totalmente destruida. En el siglo XV se dio la división en facciones en una guerra civil, nuevamente con la intromisión de los reinos vecinos, y que llevaron también a la pérdida de la comarca de Laguardia y Los Arcos a manos de los castellanos. Al final de este siglo se situarían tropas castellanas en distintos puntos, que controlaban en la práctica el reino y que fueron expulsadas al comienzo del siglo XVI. En el año 1512 el rey de Aragón Fernando el Católico decidió la invasión definitiva del reino de Navarra, que efectuó a lo largo del verano con relativa celeridad, aunque con distintas resistencias. Posteriormente se produjeron varios intentos de recuperar el reino por los reyes Juan III de Albret y Catalina de Foix. La primera, en otoño de ese mismo año con ayuda del Reino de Francia. La segunda en 1516, sin esa ayuda. Y la tercera y con gran éxito inicial, en 1521, aprovechando el desguarnecimiento del reino por las tropas castellanas enfrascadas en la guerra de las Comunidades de Castilla, en la que se produjo un alzamiento generalizado y la incursión de tropas franco-navarras. La no consolidación de la posición, acudiendo a sitiar Logroño y la rápida restauración del ejército castellano llevó al fracaso, sentenciado en la batalla de Noáin. Posteriormente se produjeron unas resistencias en algunos puntos que motivaron al abandono por parte de los castellanos de la Baja Navarra, mientras se consolidaba el dominio en la Alta Navarra.