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Termas de Diocleciano

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Baths of Diocletian Antmoose1
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Las Termas de Diocleciano (en latín, Thermae Diocletiani) fueron los más destacados baños termales de la Antigua Roma, con capacidad para más de 3000 personas.[1]​

Extracto del artículo de Wikipedia Termas de Diocleciano (Licencia: CC BY-SA 3.0, Autores, Material gráfico).

Termas de Diocleciano
Piazza della Repubblica, Roma Municipio Roma I

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Terme di Diocleziano

Piazza della Repubblica
00184 Roma, Municipio Roma I
Lacio, Italia
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Lugares cercanos

Piazza dei Cinquecento
Piazza dei Cinquecento

La Piazza dei Cinquecento es una plaza situada entre la Via Giovanni Giolitti, el Largo di Villa Peretti y la Via Marsala,[1]​ frente a la estación Termini, entre los rioni Esquilino y Castro Pretorio de Roma.[2]​ La plaza está dedicada a los quinientos soldados italianos caídos en la Batalla de Dogali en 1887; antiguamente se llamaba Piazza di Termini por la cercanía de las antiguas Termas de Diocleciano, actual sede del Museo Nacional Romano. En el plano de Roma de Leonardo Bufalini de 1551 la zona era llamada altissimus Romae locus, por la presencia de una estatua de Roma sentada (considerada la Justicia) hecha colocar por el cardenal Felice Peretti (futuro papa Sixto V) en la cima del agger de Servio Tulio, el antiguo relieve defensivo (con foso) que protegía la ciudad de edad monárquica en el lado nororiental. Entre 1860 y 1878, durante las obras para la construcción de la estación de ferrocarril provisional (1861-1862) y posteriormente de la proyectada por Salvatore Bianchi, el monte fue progresivamente allanado, la estatua fue trasladada a Arsoli por el príncipe Massimo (propietario de la Villa Montalto Peretti) y aparecieron en varias ocasiones los restos de las murallas servianas, la cinta de murallas de la Roma republicana.[3]​ Hasta 1924 en la plaza se erigía un monumento a los quinientos de Dogali: realizado en 1887 por Francesco Azzurri, estaba coronado por un obelisco egipcio encontrado en el Iseo Campense, cuyos jeroglíficos exaltaban a Ramsés el Grande. Transportado al jardín vecino en la Via delle Terme di Diocleziano, en 1937 fue adornado con un león de Judá de bronce dorado, conquistado en Adís Abeba pero devuelto al emperador de Etiopía tras la Segunda Guerra Mundial. Desde el 18 de mayo de 2011 hay en la plaza un monumento al Papa Juan Pablo II realizado por el escultor Oliviero Rainaldi.

Imperio romano
Imperio romano

El Imperio romano (En latín: Imperium Rōmānum) [n. 5]​[n. 6]​ fue el periodo de la civilización romana posterior a la República y caracterizado por una forma de gobierno autocrática. En su apogeo controló un territorio que abarcaba desde el océano Atlántico al oeste hasta las orillas del mar Caspio y Rojo al este, y desde el desierto del Sahara al sur hasta las orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Debido a su extensión y duración, las instituciones y la cultura romana tuvieron una influencia profunda y duradera en el desarrollo del lenguaje, la religión, la arquitectura, la literatura y las leyes en el territorio que gobernaba. Durante los tres siglos anteriores al ascenso de César Augusto, Roma pasó de ser uno de los tantos Estados de la península itálica a unificar toda la región y expandirse más allá de sus límites. Durante esta etapa republicana su principal competidora fue Cartago, cuya expansión por la cuenca sur y oeste del Mediterráneo occidental rivalizaba con la de Roma. La República se hizo con el control indiscutible del Mediterráneo en el siglo II a. C., cuando conquistó Cartago y Grecia. Los dominios de Roma se hicieron tan extensos que el Senado fue cada vez más incapaz de ejercer autoridad fuera de la capital. Asimismo, el empoderamiento del ejército reveló la importancia que tenía el poseer control sobre las tropas para obtener réditos políticos. Así fue como surgieron personajes ambiciosos cuyo objetivo principal era el poder. Este fue el caso de Julio César, quien no solo amplió los dominios de Roma conquistando la Galia, sino que desafió la autoridad del Senado romano. El sistema político del Imperio surgió tras las guerras civiles que siguieron a la muerte de Julio César. Tras la guerra civil que lo enfrentó a Pompeyo y al Senado, César se hizo con el poder absoluto y se nombró dictador vitalicio. En respuesta varios miembros del Senado orquestaron su asesinato, lo que supondría el restablecimiento de la República. El precedente no pasó inadvertido para el sobrino e hijo adoptivo de César, Octavio, quien se convirtió años más tarde en el primer emperador tras derrotar la alianza entre su antiguo aliado Marco Antonio y la reina egipcia Cleopatra VII. Octavio mantuvo todas las formas republicanas de gobierno, pero en la práctica gobernó como un autócrata. En el año 27 a. C. el Senado le otorgó formalmente el poder supremo, representado en su nuevo título de Augusto, convirtiéndolo efectivamente en el primer emperador romano. Los dos primeros siglos del Imperio vieron un período de estabilidad y prosperidad sin precedentes conocido como la Pax Romana. Sin embargo, el sistema construido por Augusto colapsó durante la Crisis del siglo III, un prolongado periodo de guerras civiles que dio inicio al periodo denominado como el Dominado, durante el cual el gobierno adquirió un carácter despótico y más afín a una monarquía absoluta. En el año 286, en un esfuerzo por estabilizar al Imperio, Diocleciano dividió la administración en un Este griego y un Oeste latino. Para este punto Roma ya había dejado de ser la capital del Imperio. El Imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones hasta que, a la muerte de Teodosio I en el 395, quedó definitivamente dividido en dos. Los cristianos ascendieron a posiciones de poder tras el Edicto de Milán promulgado por Constantino I, el primer emperador en bautizarse como cristiano, en 313. Tiempo después inició el Período de las grandes migraciones, el cual precipitó el declive del Imperio romano de Occidente. Con la caída de Rávena ante Flavio Odoacro y la deposición del usurpador Rómulo Augústulo en el 476, se señala tradicionalmente el fin de la Edad Antigua y el comienzo de la Edad Media, aún cuando toma cada vez más relevancia la consideración de la Antigüedad tardía como una época de transición entre ambos periodos. El Imperio romano de Oriente proseguiría casi un milenio en pie como el único Imperio romano, aunque usualmente se le da el nombre historiográfico de Imperio bizantino, hasta la caída de Constantinopla ante los turcos otomanos de Mehmed II en 1453. El legado de Roma fue inmenso, especialmente en Europa Occidental; tanto es así que varios fueron los intentos de restauración del Imperio, al menos en su denominación. Destacan las campañas de reconquista del emperador Justiniano el Grande en el siglo VI y el establecimiento del Imperio carolingio por Carlomagno en el año 800, el cual evolucionaría en el Sacro Imperio Romano Germánico. Sin embargo, ninguno llegó a reunificar todos los territorios del Mediterráneo como una vez logró la Roma de tiempos clásicos. Según ciertas periodizaciones, la caída del Imperio occidental y oriental marca el inicio y fin de la Edad Media. En el inmenso territorio del Imperio romano se fundaron muchas de las grandes e importantes ciudades de la actual Europa Occidental, el norte de África, Anatolia y el Levante. Ejemplos son París (Lutecia), Estambul (Constantinopla), Viena (Vindobona), Zaragoza (Caesaraugusta), Mérida (Augusta Emerita), Milán (Mediolanum), Londres (Londinium), Colchester (Camulodunum) o Lyon (Lugdunum) entre otros.

República romana
República romana

La República romana[2]​ (en latín: Rēs pūblica Populī Rōmānī, Rōma o Senātus Populusque Rōmānus)[n. 1]​ fue un periodo de la historia de Roma caracterizado por el régimen republicano como forma de estado, que se extiende desde el 509 a. C., cuando se puso fin a la monarquía romana con la expulsión del último rey, Lucio Tarquinio el Soberbio, hasta el 27 a. C., fecha en que tuvo su inicio el Imperio romano con la designación de Octaviano como princeps y Augusto. La República romana consolidó su poder en el centro de Italia durante el siglo V a. C. y, entre los siglos IV y III a. C., se impuso como potencia dominante de la península itálica, sometiendo y unificando a los demás pueblos itálicos,[3]​[4]​ y enfrentándose a las polis griegas del sur de la península.[5]​ En la segunda mitad del siglo III a. C. proyectó su poder fuera de Italia, lo que la llevó a una serie de enfrentamientos con las otras grandes potencias del Mediterráneo, en los que derrotó a Cartago y Macedonia, anexionándose sus territorios. En los años siguientes, siendo ya la mayor potencia del Mediterráneo, se expandió su poder sobre las polis griegas; el reino de Pérgamo fue incorporado a la República y en el siglo I a. C. conquistó las costas de Oriente Próximo, entonces en poder del Imperio seléucida y de los piratas cilicios. Durante el periodo que abarca el final del siglo II a. C. y el siglo I a. C., Roma experimentó grandes cambios políticos, provocados por una crisis consecuencia de un sistema acostumbrado a dirigir solo a los romanos y no adecuado para controlar un gran imperio. En este tiempo se intensificó la competencia por las magistraturas entre la aristocracia romana, creando irreconciliables fracturas políticas que sacudirían a la República con tres grandes guerras civiles; estas guerras terminarían destruyendo la República, y desembocando en una nueva etapa de la historia de Roma: el Imperio romano.