Se conoce por Real Fábrica de Artillería de La Cavada a unas importantes instalaciones fabriles y mineras, cuyos altos hornos estuvieron situados en las poblaciones próximas de Liérganes y La Cavada, en los municipios de Liérganes y Riotuerto, en Cantabria (España). Fue la primera siderurgia e industria armamentística del país y produjo durante más de dos siglos, entre 1622 y 1835, elementos de artillería y munición de hierro destinados a la defensa del Imperio español y a garantizar su dominio de los mares.
El desarrollo de la artillería en el siglo XV y su eficacia en los campos de batalla europeos propició una revolución tecnológica y una carrera armamentística de las potencias continentales. A partir de finales del siglo XVI y a medida que más estancado se mostraba el combate terrestre, más se esforzaban las principales potencias en buscar la determinación mediante la fuerza naval y el perfeccionamiento de sus técnicas militares. Es en este periodo cuando surgen las primeras flotas de guerra nacionales capaces de prolongar el conflicto a gran distancia de la metrópoli. En los siglos sucesivos quedaría bien patente que aquellas naciones que no pudieran abastecerse de miles de cañones para artillar sus barcos[nota 1] se verían relegadas de las principales rutas comerciales marítimas, dejando el protagonismo en el dominio de los océanos, nuevo escenario principal de confrontación, a otros países.[1]
España no fue ajena a este cambio estratégico en el escenario bélico mundial y a los nuevos modelos de hacer la guerra.[nota 2][nota 3] En el centro de la revolución militar marina estaba la artillería, el cañón, que permitió la expansión militar europea por todo el mundo conocido. La creación de flotas armadas que protegiesen las rutas comerciales marítimas requirió el cambio de producción de las ferrerías y el forjado de los caros cañones de bronce al moldeado de los más modernos cañones de hierro colado.[2] Ello supuso una revolución industrial debido al uso de nuevas técnicas de fundición.[nota 4] La apremiante necesidad de artillería al servicio de unas políticas que fomentaban los conflictos y las guerras continuas (la fábrica de La Cavada llegó a producir hasta mil cañones anuales con destino a la marina y al ejército),[3] obligó a dar respuesta mediante un sistema de producción autárquico. Un sistema basado en la construcción de plantas industriales en el propio territorio capaces de satisfacer las necesidades de material bélico del país sin recurrir a operaciones de diplomacia secreta y comercio no manifiesto que pudiesen provocar caer en la órbita política de la potencia suministradora. Esta política fue común a la mayoría de las potencias europeas en mayor o menor medida.
La puesta en funcionamiento de estos centros de producción al abrigo de políticas mercantilistas, con la creación de Manufacturas Reales para la fabricación de bienes considerados estratégicos por los gobiernos, requerían un gran volumen de capital especialmente si se trataba de la producción de piezas de gran tamaño.[nota 5] Se necesitaban unas importantes instalaciones[nota 6] para albergar altos hornos de gran capacidad con unas condiciones geográficas particulares donde asentarse y mano de obra muy cualificada. Estas condiciones no eran fáciles de reunir en la Europa del siglo XVI y buena prueba de ello fueron las tentativas fallidas que se dieron en España y en sus territorios de ultramar de instalar fundiciones similares.
Actualmente, existen numerosos restos del conjunto de instalaciones y factorías que llegaron a formar la Real Fábrica de Artillería en las localidades de Liérganes, La Cavada y en la ría de Tijero, pero únicamente el conjunto histórico del Real Sitio de La Cavada está declarado Bien de Interés Cultural.